sábado, 25 de diciembre de 2010

Feliz navidad

Jaime salía de la oficina, estaba absorto. Llevaba trabajando diez horas sin descanso, como de costumbre. Era la víspera de navidad y tenía que estar en casa de sus suegros hacía ya una hora, llegaba tarde como siempre -Miriam estará enfadada- pensó. Últimamente estaba enfrascado en el trabajo, no tenía tiempo para su familia, salía a las 7.00 de casa y volvía a media noche, no era consciente de que el tiempo pasaba tan rápido entre tantos papeles en la oficina. Su mujer le decía siempre al salir -vuelve pronto Jaime, te echo de menos por las noches- Jaime la besaba, asentía y se iba, pero... ultimamente no se lo decía nunca.
Jaime arrancó el coche y fue a casa de los padres de Miriam. Cuando entró, su suegra le sonrió -¿Donde está Miriam?- Dijo Jaime. -Miriam se fue a casa, estaba cansada, ya llevaba un par de horas esperándote y se marchó, los niños están arriba, querían quedarse un rato con sus primos- Jaime agachó la cabeza -No te preocupes- Dijo Lidia, su suegra - Es comprensible que estés atareado con el ascenso, no ha sido tu culpa J- Jaime sonrió a su suegra -Bueno... pues me voy a casa, que es tarde. Niños! nos vamos!- Jaime metió a los niños en el coche y se fue a casa.
Entró silenciosamente en casa con los niños en brazos y los dejó en el sofá, estaban dormidos. Subió despacio las escaleras para sorprender a Miriam con un ramo de rosas blancas a modo de disculpa. Cuando abrió la puerta del dormitorio se quedó pálido, tiró el ramo de rosas blancas al suelo y se marchó al piso de abajo y se sentó en el sofá con sus hijos. Miriam bajó rápidamente las escaleras abrochándose una bata, o por lo menos haciendo el amago de abrochársela.

-No sabía que llegarías tan pronto J
-Pues aquí me tienes, siento estropearte la velada
-No lo sientas, es lo que llevas haciendo durante seis meses
-¿Qué coño estás diciendo Miriam, eh?
-¿Que qué coño digo? Digo que estoy harta de esperarte hasta las tantas despierta hasta que llegues, de que te pierdas el cumpleaños de tus hijos, de que te perdieses como Nico daba sus primeros pasos, de que..
-Miriam, no sigas. ¿Sabes? Me quedaba en la oficina trabajando como un loco, sacando esta familia adelante, tratando de haceros felices, de tener unas navidades especiales, de que no os faltara nada, de sacar una preciosa sonrisa de tu boca cuando te pudiese regalar ese caro collar de perlas que siempre quisiste y que ahora, gracias a mi ascenso y mi esfuerzo por mantenerlo, te había conseguido comprar. ¿Y qué me encuentro cuando llego a casa con tus hijos? que estás tirándote a otro en nuestra cama, dándole mis caricias a otro hombre, esas caricias que me llevas negando dos meses, pero ¿Sabes que? Puedes seguir llevando tu vida de golfa y puedes seguir tirándote a otro tío solo para ahogar tu frustración. A mis hijos me los llevo esta noche, y cuando arreglemos las cosas con un abogado y nos separemos veremos lo que hacemos, porque no pienso dejar a mis niños en esta casa donde entra cualquiera a sustituir a su padre, ¿entiendes?
-No permitiré que te lleves a mis hijos de mi lado
-Y yo no voy a permitir que destroces sus vidas, Miriam. Imagina solo por un momento que hubiesen entrado al cuarto para darte un beso ¿Qué coño habrían encontrado Miriam?
-No sabía que llegaríais tan pronto.
-No sabía que me la pegabas con otro.

Jaime tomó en brazos a sus hijos, los montó en el coche y emprendió camino a un hotel. Miriam se quedó sentada en las escaleras, llorando desconsoladamente, mientras que ese otro bajaba las escaleras y le apoyaba una mano en el hombro -Tranquila Mimi, ya se le pasará-.

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